Llegar a Cabo de Gata
Cabo de Gata fue declarado Parque Natural en 1987, siendo el primer espacio protegido andaluz en incluir una franja costera dentro de sus límites. No en vano, su franja litoral posee uno de los fondos marinos más bellos y con más riqueza natural de todo el Mediterráneo. Pero como veremos, las sorpresas que encierra este rincón desgajado del ritmo de vida de la Europa del estrés, van más allá del interés de sus fondos marinos.
Desde Almería, entramos al Parque Natural justo al dejar la localidad de Retamar en dirección a San José. Aunque la vía más rápida de llegar a la capital oficiosa del Parque es abandonando la autovía del Mediterráneo A-7 en la salida 471, y desde allí tomar la carretera hacia Barranquete y más tarde la de San José.
Desde el norte, el espacio protegido comienza después de la aldea de Sopalmo (Mojácar), al cruzar el límite del municipio de Carboneras, a cuyo término pertenece parte del Parque. Salvando la zona de influencia de esta población pesquera e industrial, que queda al margen de la protección, volveremos a adentrarnos en el glamouroso secano de Cabo de Gata al aproximarnos a uno de sus miradores más célebres, la Mesa de Roldán, que corona la bella localidad de Agua Amarga, ya en el municipio de Níjar.
Itinerario para disfrutar en solitario, en familia o en pareja, durante una jornada o toda una vida
Si ya hemos disfrutado la luz de Agua Amarga y su ambiente, podremos realizar itinerarios a pie o en coche hasta las bellísimas Cala de Enmedio y Cala del Plomo. Hacia el sur el recorrido por carretera continua por el interior, hasta llegar a Fernán Pérez, célebre por su acueducto de principios del S. XX, declarado Bien de Interés Cultural, y construido para el regadío de las tierras y viñedos aledaños. Y desde allí, Las Negras queda a un tiro de piedra. Esta localidad costera es la puerta norte del tramo litoral más señalado del Parque Natural. Desde aquí se accede a innumerables senderos, entre ellos los que nos llevarán a la archiconocida Cala de San Pedro, a El Playazo, las Hortichuelas y un largo etcétera. Las leyendas de pescadores y piratas se reparten por igual la mística de esta población con fama internacional.
Y luego Rodalquilar, símbolo del auge de la fiebre del Oro y la debacle de la minería en la región. Con su espectacular Jardín Botánico, su museo geoturístico “Casa de los Volcanes” y su encanto de pueblo blanco, se encuentra en el que probablemente sea el valle más bonito del Mundo. Imprescindible tapear en sus bares y disfrutar su vida nocturna veraniega, sosegada y bohemia. Y echar un vistazo a la Historia y a la Literatura dando un salto al Cortijo del Fraile, lorquiano escenario de las Bodas de Sangre. Más al sur, tras el mirador más fotografiado de Almería, el de La Amatista, llegaremos a La Isleta del Moro, o simplemente la Isleta. Esta pequeña aldea con aspiraciones de núcleo vacacional tiene el sabor auténtico de esos lugares donde las cosas han cambiado poco en décadas y donde el pescado aún puede comprarse a los pescadores.
San José, al fin. El lugar donde todo es posible en verano, pero que se transforma en un oasis de vida tranquila y paz fuera del estío. Y sus playas de poniente: Genoveses, Barronal, Mónsul y Media Luna, entre otras, que harán las delicias de los veraneantes. Paraíso para los más avezados aventureros que buscan una fotografía que resuma unas vacaciones o una odisea.
Para el último tramo de este itinerario deberemos retroceder hacia Retamar, para tomar la carretera de las Salinas y el Faro. El Faro, la Vela Blanca, Cala Rajá, son los emblemas del extremo sur de la Sierra de Cabo de Gata, cuajada de Historia, fauna, flora y rocas que hacen de este lugar un auténtico museo de Historia Natural y de las Civilizaciones. Hacia poniente, la albufera es hogar y refugio de decenas de especies de aves, por lo que es el lugar más recomendado para los aficionados a la ornitología. Presidida por la Iglesia de Las Salinas, recién restaurada, su flor de sal es el orgullo de la tradición salinera almeriense.
Y por fin, terminamos en la llanura de las ramblas de Las Amoladeras y Morales. Un paseo de cien mil años que une pasado y presente, playa y rocas, en un páramo de vida efervescente oculta tras dunas y azufaifos que constituyen un hábitat único. Restos arqueológicos romanos, una laguna estacional, y una dinámica geología aderezan este entorno que, lejos de ser el último rincón del Parque Natural, es su puerta de entrada más transitada y quizás su ecosistema más sorprendente: la estepa litoral.
La Memoria de la Tierra
Esta declaración resume lo más maravilloso y a la vez trágico de las sierras de Cabo de Gata. Más allá de la Historia, de sus valores faunísticos, de su riqueza en flora y la importancia de sus fondos marinos. Detrás de sus hermosas calas y acantilados. Por encima de los que hoy tratamos de abrirnos camino y vivir en sintonía con este lugar mágico. En el fondo de las cortas y las galerías mineras. Y sobrepasando la memoria de las viejas y los viejos de nuestras aldeas y cortijos, que aún se empeñan en que vivamos mejor, cómo se vivía antes. Más allá y detrás de todo eso está la geología. Porque sin un proceso sedimentario, sin un volcán, sin un levantamiento tectónico o sin los minerales que forman nuestras montañas, ni Cabo de Gata ni nada de lo que nos rodea sería lo que es. En cierto sentido, sin la geología nada es importante.
Hace como mucho tres millones de años tenía sobre la Tierra su pié el primero de los homínidos. El célebre y a la vez cuestionado Hombre de Orce tiene en torno al millón, y las pinturas rupestres de la Cueva de los Letreros, en la Sierra de María y los Vélez, datan de la Edad del Bronce. El más célebre símbolo de Almería, el Indalo, fue encontrado en este lugar. Y tan sólo hace entre cuatro mil y cinco mil años tuvo su esplendor una de las civilizaciones más significativas del sudeste peninsular: la cultura Argárica. Es tan grande la geología que hasta Cabo de Gata es una anécdota de la corteza terrestre. Sus mal contados 15 millones de años parecen una broma al lado las rocas más antiguas de la Península Ibérica: el conjunto granítico de Cabo Ortegal (A Coruña) tiene entre 1.100 y 1.200 millones de años, según datos recientes. La edad de la Tierra se estima en unos 4.500 millones de años, y 10.000 millones, milenio arriba milenio abajo, es la antigüedad que se atribuye al Big Bang.
Geología de Cabo de Gata
La historia geológica de Cabo de Gata comienza hace tan sólo 25 millones de años. Los que aproximadamente hace que comenzaron a levantarse las cordilleras del sur de la Península Ibérica, las Béticas. Este levantamiento, forzado por la colisión entre la placa europea y la africana, llevó a la separación de una serie de cuencas, pequeñas cubetas sedimentarias, en lo que hoy es el sureste de la provincia de Almería.
Las cuencas de Tabernas, Sorbas y Almería – Níjar, entre otras de menor entidad, comenzaron a rellenarse con los sedimentos procedentes de la erosión de aquellos jóvenes relieves. En un contexto formado por grandes sierras y mares de escasa profundidad, cada cuenca adquiere su personalidad propia, aunque de todas ellas la más representativa y contínua es la de Sorbas.
En el extremo sur de este marco geológico, como consecuencia de los complejos procesos tectónicos que implican una colisión continental, comienzan a surgir una serie de fisuras en la corteza terrestre, zonas de debilidad que facilitan el ascenso del magma desde las profundidades. Y aquí nacen, hace 14 millones de años, lo que hoy son las sierras volcánicas de Cabo de Gata. No es sino por una gran fractura, la falla de Carboneras, por lo que hoy Cabo de Gata es un relieve emergido. La inmensa mayoría de las rocas volcánicas de aquella época permanecen bajo el nivel del mar, aflorando en la isla de Alborán y en el norte de África. Esta falla pertenece a un sistema tectónico que nace al sur de Almería y acaba rompiendo por la mitad las Islas Baleares, después de pasar por las cercanías de Palomares y Lorca. Es este accidente geológico el que levanta y desplaza hacia el noroeste todos los relieves del Parque Natural, desde Retamar hasta Sopalmo.
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