La niña pasaba horas y horas, días y días, encerrada en su casa, hilando y tejiendo sin parar; muy de tarde en tarde salía a pasear, sola por los campos. Entonces se ponía su mejor túnica amarilla, se adornaba con collares y flores también amarillos, y salía...
Cuando regresaba, el cielo se cubría de nubarrones oscuros y al día siguiente, o acaso esa misma noche, seguro, seguro, llovía.
Por eso las tribus de los alrededores la miraban con tanto respeto y esperaban ansiosos su aparición.
- Si la hermosa Hiñaj sale, lloverá – decían.
- Nuestras tierras están secas... ¡Si Huiñaj saliera a pasear por los montes! ...
Un día la niña enfermó de un mal desconocido. Ya no hilaba, ni tejía, ni salía a pasear. Apenas si podía sonreír.
Fueron consultados todos los hechiceros de la tribu pero ninguno podía encontrar un remedio que le hiciera recuperar la salud a la indiecita.
Todos estaban desolados.
- Sólo los dioses pueden realizar el milagro –decían.
- ¡Sólo los dioses!
Y rezaron e invocaron a los dioses. Pero nada. Todo seguía igual.
La sequía azotaba los campos; el viento ardiente secaba las plantas; los animales estaban sedientos.
- ¡Lluvia! ¡Lluvia! –pedían desesperados.
-¡Que nuestra Huiñaj se salve!
- ¡Ella es la bendición de esta tierra!
- ¡Ella traerá la lluvia!
Los dioses, entonces, se apiadaron y oyeron sus ruegos; la indiecita habría de quedar siempre con ellos. Fue así que los indios vieron aparecer un árbol, un árbol jamás visto antes, aparecía ante sus ojos. Hermoso y erguido. Todo cubierto de flores amarillas.
Y danzaron y cantaron alrededor del árbol que parecía sonreír.
De pronto el cielo empezó a cubrirse de negros nubarrones. Las mujeres, los hombres y los niños se pusieron de rodillas, con los brazos en alto, las caras al cielo.
Las gotas empezaron a caer, gruesas y pesadas. Más y más, hasta convertirse en una lluvia densa que les empapaba los cuerpos.
- ¡Lluvia! ¡Lluvia! – gritaban felices.
Y la lluvia calmaba la sed de la tierra reseca y devolvía la esperanza.
Y desde entonces, el Huiñaj, el árbol, anuncia la lluvia cubriéndose de vistosas flores amarillas.
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