viernes, 11 de enero de 2013

HISTORIAS Y LEYENDAS... HOY: "El Cataléptico de Castillos..."


En la década del ’30, un velorio como tantos otros tuvo lugar en la ciudad de Castillos, departamento de Rocha. Un hombre de familia, de edad mediana, fallece repentinamente por la noche, sumiendo en la congoja a todos los habitantes de la casa.

Como se estilaba en el interior por aquellas épocas, el velorio se realizó en el propio hogar, siendo motivo de reunión social entre los vecinos del lugar. El día del deceso en cuestión, un fuerte viento soplaba sobre la ciudad de Castillos, herencia de un invierno particularmente frío y que no paraba de asediar al departamento de Rocha.

Inmerso en este clima lúgubre, el carro fúnebre llegó entre los lamentos y los adioses de la barriada, listo para llevar los restos del finado al cementerio correspondiente. Como la lluvia arreciaba y los nubarrones tapaban la luz del sol hasta dejar la ruta en semipenumbras, sólo un reducido séquito acompañó al carro.

En aquellos tiempos las calles de Castillos eran de tierra, volviéndose particularmente resbalosas los días de lluvia. Bajo el monumental aguacero de aquel día, el carro fúnebre traqueteaba y patinaba con dificultad en su camino al cementerio, que se encontraba en la parte alta de la ciudad. El recorrido constaba de unas pocas cuadras, pero bajo las inclemencias del tiempo éste se hacía lento y engorroso, hundiéndose las ruedas del carro a medida que se acercaba a su destino.

Uno de los cruces del pueblo terminó por convertirse en el obstáculo final. La lluvia y el barro acumulado lo habían transformado en un arroyo que era casi un pantanal, a pesar de lo cual el carro y su séquito decidieron continuar, convencidos de la importancia de llevar al finado a su reposo final. El clima, sin embargo, no tenía tantas contemplaciones para los que abandonaban este mundo, dejando al vehículo hundido hasta las ruedas en medio del cruce.

En ese momento todos debieron aunar fuerzas, conscientes del sacrilegio que implicaba abandonar al muerto en plena calle y bajo la lluvia. Bajaron del coche en gran confusión y dividieron las tareas: unos fueron en busca de palas, otros se encargaron de conseguir ramas de palmeras para ubicar bajo las ruedas y todos se prepararon para dar el empujón salvador.

Cuando se aprestaban a dar el envión final, alguien percibió que el número de los pasajeros ubicados tras el vehículo no daba, y que una persona más estaba empujando con tanta vehemencia como los demás. Agradecido por esta aparición providencial, decidió callarse la boca y redoblar el esfuerzo. El coche fue saliendo finalmente del pantanal y salvó el escollo con elegancia, dejando al carro fúnebre fuera de peligro.

Al subir al mismo, sin embargo, llegó el pánico general: el muerto había desaparecido misteriosamente del cajón y ni siquiera estaba dentro del vehículo. Los gritos de asombro fueron el prólogo de la posterior y verdadera desbandada, cuando al mirar hacia fuera descubrieron al finado más vivo que nunca, aguardando al lado de la rueda sin atisbos de comprender nada y ya a salvo de su ataque de catalepsia.


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