lunes, 18 de febrero de 2013

HISTORIAS Y LEYENDAS... HOY: "El Monte de las Ánimas (Leyenda Castellana)..."

- Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es el día de Todos los Santos y estamos en el monte de la Ánimas.

-¡Tan pronto!

-Hoy es imposible continuar. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios , y las ánimas (almas) de los difuntos comenzarán a tañer la campana en la capilla del monte.

-¡En esa capilla ruinosa! ¡bah! ¿quieres asustarme?

-No, hermosa prima; tu ignoras lo que sucede en este país porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esta historia.

-Este monte que hoy se llama de las ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí en la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que hubieran sabido solos defenderla al igual que la conquistaron.


Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden templaria y los nobles de la ciudad se desató por esta causa un odio profundo. Los primeros tenían acotado este monte donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una partida de caza en el coto a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos-guerreros.

Cundió la voz del reto y no hubo manera de detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada caza se llevó a cabo, y se convirtió en una matanza espantosa. El monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos tuvieron un sangriento festín. Por último tuvo que intervenir el rey poniendo paz y el maldito monte antes tan disputado por los odios, ahora quedó abandonado, y la capilla de los Templarios, situada en el mismo monte, comenzó a arruinarse por el paso del tiempo.

Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una fantástica cacería entre los árboles y zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, y al otro día se han visto impresas en el suelo, las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Animas, y por eso hay que salir de él antes de que llegue la noche.


El relato de Alonso terminó justo cuando pasaban el puente de la ciudad, esperaron al resto de la comitiva de caza y posteriormente se perdieron entre las oscuras callejuelas de Soria.

Tras la cena en el palacio de los Condes de Alcudiel, sólo dos personas permanecían ajenas a la conversación general, Alonso y Beatriz, ambos guardaban desde hacía rato un profundo silencio. Las mujeres, a propósito de la noche de difuntos, contaban historias de terror al amor de la lumbre, mientras, las iglesias de la ciudad de Soria doblaban a lo lejos con su tañido monótono y triste.

-Hermosa prima, dijo Alonso, pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre, las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales se que no te gustan. Tal vez cambies esto por la pompa de la corte francesa, presiento que no tardaré en perderte...

-En mi país, dijo ella, hay una costumbre, es la de entregar una prenda en un día de ceremonia, para comprometer una voluntad.

El, extendió la mano y le entregó un broche que sujetaba la pluma de su gorra.

-¿Y tu? dijo Alonso

-¿Porqué no? exclamó ella, llevándose la mano al hombro derecho como para buscar algo... después con una infantil expresión dijo

-¿Recuerdas la banda azul que llevé hoy en la cacería?, pues la he perdido, y pensaba dártela como recuerdo.

-¿dónde se perdió? repuso Alonso con una expresión de esperanza.

-¡En el Monte de la Animas! dijo ella con indiferencia

-Tu lo sabes, en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores, la alfombra que pisan tus pies son despojos de las fieras que maté por mi mano, nadie dirá que me ha visto huir del peligro. Sin embargo aunque otra noche volaría gustoso en busca de tu banda, esta noche..., esta noche tengo miedo, las campanas doblan desde hace rato, las ánimas estarán levantando sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren las fosas, las ánimas cuya sola vista puede helar de terror la sangre del más valiente.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible aparecía en la cara de Beatriz mientras atizaba el fuego con indiferencia.

Alonso comprendió enseguida el reto, se limpió el frío sudor de la frente.

-Adiós Beatriz, adiós. Hasta... pronto.

-Alonso,¡Alonso! dijo esta volviéndose con rapidez, pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, ya había desaparecido. Poco después se oían los cascos de un caballo que se perdían a lo lejos.


Pasaron los minutos, las horas, la media noche estaba a punto de sonar y Beatriz se retiró a sus aposentos. Apagó la lámpara y pensó si Alonso habría tenido miedo, pensó en su tardanza, finalmente se durmió con un sueño algo inquieto, ligero, nervioso.

Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristes y entreabrió los ojos, creía haber oído pronunciar su nombre, pero lejos, muy lejos. El viento gemía entre los vidrios de las ventanas.

-Será el viento, dijo, y poniendo la mano sobre el corazón intentó tranquilizarse, pero éste latía cada vez con más violencia. Las puertas de la habitación habían crujido. Primero unas, luego otras, todas las puertas que conducían a su habitación iban sonando en orden con un ruido sordo y grave. Después silencio, un silencio lleno de extraños rumores, el silencio de medianoche.

Beatriz, temblorosa, sacó la cabeza fuera de las cortinillas de la cama y escuchaba con atención.

-¡Bah! no soy tan miedosa como estas gentes, cuyo corazón palpita de terror frente a una armadura.

Cerrando los ojos intentó dormir... pero en vano, pronto se incorporó más pálida, más inquieta y aterrada que antes. Ya no era ilusión, la puerta había sonado sobre sus goznes de hierro y una pisadas sordas habían sonado sobre la alfombra.

Escondió la cabeza y así se mantuvo, en la oscuridad, una hora, dos horas, una eternidad...

Al fin, despuntó la aurora, entreabrió los ojos ante los primeros rayos tímidos de luz. Separó las cortinas de seda del lecho, ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío recorrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal envolvió sus mejillas, sobre el reclinatorio, había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando los servidores llegaron despavoridos a la habitación para comunicarle la trágica noticia de la muerte de Alonso devorado por los lobos en el Monte de las Animas, la encontraron inmóvil, crispada, los ojos desencajados y pálida, ¡había muerto de horror!


Dicen que después de este suceso en la noche de los difuntos, el Monte de las Animas presencia la batalla entre templarios y guerreros subidos en sus esqueléticos caballos, con sus roídas armaduras . Entre ellos se deja ver a una hermosa mujer, pálida y desmelenada, que con sus pies desnudos y sangrientos y arrojando gritos de terror, da vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
(Versión de Gustavo Adolfo Bécquer)

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