martes, 8 de enero de 2013

MITOS CORTOS: "La Niña que hacía Llover..."


Dicen que en un lugar, de la que es hoy provincia de Santiago del Estero, vivía una tribu de indios cuyo cacique tenía una hija tan, pero tan preciosa que causaba la admiración de las otras tribus. Se llamaba Huiñaj , y la hermosa jovencita, según los indios, hacía venir la lluvia.

La niña pasaba horas y horas, días y días, encerrada en su casa, hilando y tejiendo sin parar; muy de tarde en tarde salía a pasear, sola por los campos. Entonces se ponía su mejor túnica amarilla, se adornaba con collares y flores también amarillos, y salía...
Cuando regresaba, el cielo se cubría de nubarrones oscuros y al día siguiente, o acaso esa misma noche, seguro, seguro, llovía.
Por eso las tribus de los alrededores la miraban con tanto respeto y esperaban ansiosos su aparición.

- Si la hermosa Hiñaj sale, lloverá – decían.
- Nuestras tierras están secas... ¡Si Huiñaj saliera a pasear por los montes! ...
Un día la niña enfermó de un mal desconocido. Ya no hilaba, ni tejía, ni salía a pasear. Apenas si podía sonreír.
Fueron consultados todos los hechiceros de la tribu pero ninguno podía encontrar un remedio que le hiciera recuperar la salud a la indiecita.
Todos estaban desolados.

- Sólo los dioses pueden realizar el milagro –decían.
- ¡Sólo los dioses!
Y rezaron e invocaron a los dioses. Pero nada. Todo seguía igual.
La sequía azotaba los campos; el viento ardiente secaba las plantas; los animales estaban sedientos.

- ¡Lluvia! ¡Lluvia! –pedían desesperados.
-¡Que nuestra Huiñaj se salve!
- ¡Ella es la bendición de esta tierra!
- ¡Ella traerá la lluvia!
Los dioses, entonces, se apiadaron y oyeron sus ruegos; la indiecita habría de quedar siempre con ellos. Fue así que los indios vieron aparecer un árbol, un árbol jamás visto antes, aparecía ante sus ojos. Hermoso y erguido. Todo cubierto de flores amarillas.
Y danzaron y cantaron alrededor del árbol que parecía sonreír.
De pronto el cielo empezó a cubrirse de negros nubarrones. Las mujeres, los hombres y los niños se pusieron de rodillas, con los brazos en alto, las caras al cielo.
Las gotas empezaron a caer, gruesas y pesadas. Más y más, hasta convertirse en una lluvia densa que les empapaba los cuerpos.
- ¡Lluvia! ¡Lluvia! – gritaban felices.
Y la lluvia calmaba la sed de la tierra reseca y devolvía la esperanza.
Y desde entonces, el Huiñaj, el árbol, anuncia la lluvia cubriéndose de vistosas flores amarillas.


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